Gracia para los pecadores

Predicaciones, enseñanzas, consejos y estudios para que tengas un vigoroso creciemiento espiritual

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• Haciendo obrar hacia afuera 
• Gracia para los pecadores 
• La ley y la gracia 
• Gracia para vivir 
• Gracia para servir 
• Las campanas del evangelio
• Que es ser un hijo de Dios
• Salvación

QUIERO poner énfasis en el hecho de que Dios desea mostrar misericordia a todos. La última orden de Cristo a Sus discípulos fue, "Id por todo el mundo; predicad el evangelio a toda criatura" (Marcos 16:15). Puede haber alguno escuchándome que no ha recibido esta gracia, aunque ha sido urgido muchas veces para aceptarla. Una razón por la que muchos no llegan a ser participantes de esta gracia es porque piensan que pueden actuar mejor sin ella. Los judíos dijeron que ellos eran la descendencia de Abraham. Tenían a Moisés y la Ley: por consiguiente no tenían ninguna necesidad de la gracia perdonadora de Dios que Cristo había venido a traer. Leemos en el libro de Apocalipsis de una iglesia que dijo ser "rica, y estar enriquecida, y no tener necesidad de ninguna cosa" (Apocalipsis 3:17). Ése era el problema cuando Cristo estuvo aquí abajo. En lugar de venir a Él para ser bendecidas, las personas a menudo se fueron pensando y diciendo que no tenían ninguna necesidad de Su favor y bendición.

LAS DOS ORACIONES.

En el Evangelio de Lucas Cristo trae a dos hombres ante nosotros. Yo no conozco que podamos obtener otros dos casos en la Escritura que nos darán más luz sobre este asunto que aquellos del Fariseo y el Publicano que entraron en el templo para orar. Uno se marchó tan vacío como vino. Él estaba como la iglesia descripta en Apocalipsis a la que hice referencia. Él entró en el templo no deseando nada; y él no consiguió nada. El otro hombre pidió algo: él pidió perdón y misericordia. Y él bajó a su casa justificado.

Tomemos la oración del Fariseo. No hay ninguna confesión en ella, ninguna adoración, ningún arrepentimiento, ninguna petición. Como he dicho, él no pidió nada y él no consiguió nada. Alguien ha dicho que él entró en el templo no para orar sino para alardear. El sol y la luna estaban tan lejos y apartados como estos dos hombres. El uno era de un espíritu totalmente diferente al otro. Uno oró con su cabeza, y el otro con su corazón. Uno le dijo a Dios que hombre maravillosamente grande y bueno era él: "Yo no soy como los otros hombres, ni aun como este publicano" (Lucas 18:11). Su oración no fue larga; consistió en treinta y cuatro palabras; sin embargo apareció cinco veces la palabra "Yo" en ella. Estaba "yo" al principio, "yo" en el medio, "yo" en el final -todo yo desde un extremo al otro. "'Yo ayuno dos veces por semana", "yo doy diezmo de todo lo que poseo", "yo soy un hombre muy bueno, ¿No es así, Señor?'" Él hacía un balance dos veces por semana, y Dios siempre era su deudor. Él ostentó sus buenas obras ante Dios y ante el hombre. Semejante persona no estaba en una condición de recibir el favor de Dios. Usted hoy puede dividir a la familia humana en dos clases: FARISEOS Y PUBLICANOS. Están aquellos que son pobres en espíritu, el rocío de la gracia de Dios caerá sobre ellos. Hay otros que están arrastrando alrededor de ellos los harapos de su justicia propia: ellos siempre se marcharán sin la bendición de Dios. No había sino siete palabras en la oración del Publicano: "¡Dios sé misericordioso para mí un pecador!" (Lucas 18:13). Él vino a Dios confesando sus pecados, y pidiendo misericordia; y él la recibió. Si usted recorriera la Escritura, encontraría que cuando los hombres han ido a Dios con el espíritu del Publicano Él ha tratado con ellos en misericordia y gracia. Un hombre joven vino hace unos años a una de nuestras reuniones en Nueva York. Él se declaró culpable de pecado; y decidió que iría a su casa y oraría. Él vivía a varias millas de distancia, y salió hacia su casa. En el camino, cuando estaba meditando sobre sus pecados y preguntándose lo que iba a hacer cuando llegara a su casa, se le ocurrió el siguiente pensamiento: "¿Por qué no oro directamente aquí en la calle?" Pero él descubrió que no sabía exactamente como empezar. Entonces recordó que cuando era un niño, su madre le había enseñado esta oración del Publicano: "¡Dios sé misericordioso para mí un pecador!" Así que él simplemente

empezó donde estaba parado. Él dijo después, que antes de que terminara la pequeña palabra "mí", Dios lo encontró con su gracia, y lo bendijo. Y así, en el momento que abrimos nuestros labios para pedirle perdón a Dios, si la demanda viene del corazón, Dios nos encontrará con su misericordia. Que nuestro clamor sea aquel del Publicano: "¡Se misericordioso para mí!" no ningún otro. Una madre estaba diciéndome hace algún tiempo que ella tenía problemas con uno de sus hijos, porque él no había tratado justamente a su hermano. Ella lo envió al piso de arriba; y después de un rato le preguntó lo que él había estado
haciendo. ¡Él contestó que había estado orando por su hermano! Aunque él había sido el travieso, estaba actuando como si la falta estaba en su hermano en lugar de estar en él. Así muchos de nosotros podemos ver las fallas de otros bastante fácilmente; pero cuando nos demos una buena mirada a nosotros mismos, entonces nos humillaremos ante Dios como hizo el Publicano y clamaremos por misericordia: y ese clamor traerá una respuesta inmediata. Dios se deleita en tratar con gracia a los pobres en espíritu. Él quiere ver en nosotros un corazón quebrantado y contrito. Si nosotros tomamos el lugar de pecador, confesamos nuestros pecados y pedimos misericordia, la gracia de Dios nos encontrará en ese mismo momento; y tendremos la convicción de Su perdón.
En Mateo vemos como Dios trata con gracia a aquellos que llegan en el espíritu correcto. "¡Entonces ella vino y le adoró diciéndole, Señor, ayúdame! Pero él contestó y dijo, no está bien tomar el pan de los hijos, y lanzarlo a los perros. Y ella dijo, verdad, Señor: Pero aun los perros comen de las migas que se caen de la mesa de sus amos. Entonces Jesús contestó y le dijo: Oh mujer, grande es tu fe; que sea así como tu quieres. Y su hija fue sana desde esa misma hora" (Mateo 15:25-28).
Los discípulos no entendían cuan lleno de gracia estaba el corazón de Cristo. Esta pobre mujer era de las lejanas costas de Tiro y Sidón. Ella era una pobre gentil, [no judía], y ellos querían echarla. Pensaban que ella no era uno de los escogidos; ella no pertenecía a la casa de Israel. Así que dijeron al Maestro, "Envíala lejos, porque ella clama detrás de nosotros". ¿Puede usted concebir al amoroso Salvador echando a una pobre atribulada que viene a Él? Yo le desafío a encontrar un solo caso en que Él hiciera semejante cosa, del principio al fin de Su ministerio. ¡Envíala lejos! Yo creo que Él preferiría echar a un ángel antes que a una pobre suplicante de Su misericordia; Él se deleitaba en tener a alguien que viniera a Él como ella. Pero Él iba a probarla, también iba a dar una lección objetiva a aquellos que vendrían después. "No está bien tomar el pan de los hijos, y lanzarlo a los perros".

UN ESPÍRITU HUMILDE.

Yo me temo que si algunos de nosotros hubiésemos estado en su lugar habríamos contestado un poco en esta forma: "Usted me llama un perro gentil, ¿no es así? Yo no tomaría nada de usted si usted fuera a dármelo. ¿Por qué?, yo conozco a una mujer judía que vive en mi pueblo. Aunque ella es una hija de Abraham ella es la mujer más insignificante en toda la calle. Yo no permitiría a mis perros asociarse con ella". Si esta pobre mujer hubiera contestado al Maestro en semejante forma, ella no hubiera obtenido nada. Sin embargo usted encontrará a muchos hombres que responden al Salvador de esa manera cuando Él quiere tratar en gracia con ellos. ¿Qué dice esta mujer gentil? "Verdad, Señor: Pero aun los perros comen de las migas que se caen de la mesa de sus amos" Ella tomó su lugar correcto: abajo, a los pies del Amo bendito. ¡Había humildad para usted! Ella estaba deseosa de tomar cualquier lugar si el Señor solamente respondiera a su necesidad; el Señor la bendijo. ¡Miren, pidió una miga, y Él le dio un pan entero! Una vez oí al Reverendo William Arnot decir que fue el invitado de un amigo que tenía un perro favorito. El
animal solía entrar en el cuarto donde la familia estaba sentada a la mesa para cenar y permanecía mirando a su amo. Si el amo le tiraba una miga, el perro la atrapaba antes de que llegara al suelo. Pero si él ponía asado de carne en el suelo el perro lo miraba y no lo tocaba, como si fuera demasiado bueno para él. "Así", dijo el Sr. Arnot, "hay muchos cristianos que están satisfechos en mantenerse con migas, cuando Dios quiere darles todo el asado".

UNA BENDICIÓN PLENA.

Esta pobre mujer consiguió todo lo que ella quería; y si nosotros venimos en el correcto espíritu -si somos humildes y pobres en espíritu- y llamamos a Dios para lo que necesitamos, Él no nos defraudará. Ella fue
directamente al Hijo de Dios, y atrajo Su gran corazón amoroso con el clamor, "¡Señor ayúdame!" y Él la ayudó. Permita ese clamor subir a Él este día, y vea que rápidamente vendrá la respuesta. Nunca conocí un caso donde Dios no contestó en el mismo momento, donde había el espíritu de mansedumbre. Si por otro lado somos presumidos, y pensamos que tenemos un derecho para venir, poniéndonos en igualdad con Dios, no conseguiremos nada.

"MÉRITO".

En el Evangelio de Lucas leemos del centurión que tenía un sirviente enfermo. Él se sentía como si él no fuera digno de ir él mismo y pedir a Cristo que viniera a su casa; entonces pidió a algunos de sus amigos que le imploraran al Señor que viniera y sanara a su sirviente. Ellos fueron y entregaron el mensaje del centurión diciendo: "Él es digno de que le otorgues esto; porque él ama nuestra nación, y nos ha construido una sinagoga" (Lucas 7:4,5). Los judíos no podían entender la gracia; porque ellos pensaron que Cristo concedería la demanda de este hombre, porque éste era digno. "Porque", dijeron ellos, "¡él nos ha construido una sinagoga!" Es la misma vieja historia que nosotros oímos en la actualidad. Permita a un hombre dar unos miles de dólares para construir una iglesia y él deberá tener el mejor asiento; "él es digno". Quizás él ganó su dinero por vender o fabricar bebidas alcohólicas; pero puso a la Iglesia bajo una obligación por este regalo de dinero, y es considerado "digno". El mismo espíritu estaba actuando en los días de Cristo. El Maestro inmediatamente partió para la casa del centurión; y parecía como si Él estuviera yendo debido a su mérito personal. Pero si Él realmente lo hubiera hecho así, habría arruinado la historia entera como una ilustración de la gracia. Cuando el Salvador estaba en camino, salió el funcionario romano mismo y le dijo a Jesús que él no era digno de recibirlo bajo su techo. Él tenía una opinión muy diferente de sí mismo a la de sus amigos judíos. Suponga que él hubiera dicho, "Señor, tú serás mi invitado; ven y sana a mi sirviente porque yo soy digno: Yo he construido una sinagoga". ¿Piensa usted que Cristo habría ido? Yo pienso que Él no lo habría hecho. Pero él dijo, "yo no soy digno de que Tú entres bajo mi techo. Por lo cual ni aun me tuve por digno de venir a ti; pero di una palabra, y mi sirviente se sanará" (Lucas 7:6,7). Jesús se maravilló ante la fe del hombre. Le agradó muchísimo encontrar tal fe y humildad. Como la mujer
Sirofenicia, él tenía una baja idea de sí mismo, y una alta idea de Dios: por consiguiente él estaba en una buena condición como para recibir la gracia de Dios. Su sirviente, se nos dice, fue sano en esa misma hora. Su
petición fue concedida inmediatamente. Aprendamos una lección de este hombre, y tomemos una posición humilde ante Dios y clamemos a Él por misericordia; entonces la ayuda vendrá. Yo nunca noté sino sólo hace poco un interesante hecho acerca de la historia de la pobre mujer pecadora mencionada en el Evangelio de Lucas que entró en la casa de Simón. Si no lo ha observado antes, será bastante interesante para usted conocerlo. El incidente ocurrió inmediatamente después de que Cristo había pronunciado esas memorables palabras que leemos en Mateo: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar" (Mateo 11:28). Mateo cierra el relato allí; pero en el séptimo capítulo de Lucas usted encontrará cual fue el resultado de esa invitación. Una pobre mujer caída entró en la casa donde Él estaba, y
obtuvo la bendición del descanso para su alma. Yo creo que muchos pastores me confirmarán en esta afirmación: que cuando uno ha predicado a una congregación grande, y ha dado una invitación para los que deseen permanecer y hablar sobre la salvación, probablemente el único en hacerlo así es un pobre caído, quién así llegará a ser un partícipe de la gracia de Dios. Encontramos que el Salvador fue invitado a la casa de Simón, un fariseo. Mientras Él estaba allí, esta pobre
mujer pecadora entró con disimulo a la casa. Quizás estuvo esperando una oportunidad cuando los sirvientes estuviesen lejos de la puerta, y entonces se escabulló en la sala donde estaba el Maestro. Ella se inclinó sobre sus rodillas, y empezó a llorar ante sus pies y con sus lágrimas y con los cabellos de su cabeza los limpió. Mientras la fiesta seguía el fariseo vio esto; y se dijo a sí mismo: "Jesús debe ser un hombre malo, si Él sabe quién es esta pobre mujer. Y si Él no lo sabe, igual Él estaría sucio según la ley Mosaica" -porque Él le había permitido a la mujer tocarlo. Pero el Maestro sabía que estaba pensando Simón. Él le hizo algunas preguntas: "Y Jesús contestando le dijo, Simón, tengo algo que decirte. Y él le dijo, Maestro, dime. Había un cierto acreedor que tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta. Y como ellos no tenían con qué pagar, él los perdonó a ambos. Dime por lo tanto, ¿cuál de ellos le amará más? Y respondiendo Simón dijo: yo supongo que aquél a quien él perdonó más. Y Él le dijo, tú haz juzgado correctamente" (Lucas 7:40-43). Entonces Él hace la aplicación, "yo vine a tu casa", Él dice, "y tú no me diste agua para mis pies; no me diste ningún beso; ni aceite para mi cabeza. Tu me negaste la hospitalidad común de la vida". En aquellos días cuando uno entraba en la casa de un señor como éste, un sirviente estaba en la puerta con una palangana de agua; el invitado se sacaba sus sandalias, y el sirviente lavaba sus pies. Entonces el amo de la casa lo saludaba con un beso en lugar del apretón de manos que nosotros hacemos. Había también aceite para su cabeza. Cristo
había sido invitado a la casa de Simón; pero el fariseo lo tenía a Él allí con un espíritu de menosprecio. "Tu no me diste agua, ningún beso, ni aceite; pero esta mujer ha lavado mis pies con sus lágrimas, y los limpió con los
cabellos de su cabeza; ella no ha dejado de besar mis pies, y los ha ungido con ungüento. A ella se le perdonó mucho: y entonces ella ama mucho". A la pobre mujer Jesús le dijo, "tus pecados te son perdonados" Ellos pudieron haberse levantado como una sombría montaña delante de ella; pero una palabra del Salvador, ¡y todos ellos desaparecieron!
El espíritu mostrado por Simón fue totalmente diferente al de la pobre mujer. ¡Cristo dijo que los publicanos y las rameras entrarían en el reino de Dios antes que los autojustificados fariseos! Simón, el fariseo, no consiguió nada, y así hay muchos que se marchan de las reuniones religiosas sin una gota del rocío del cielo, porque ellos no lo buscan. Desde la mañana de la creación hasta el tiempo presente ningún hombre o mujer alguna vez fue a Dios con un corazón quebrantado sin experimentar el amor perdonador y la gracia de Dios, si ellos creyeron Su
Palabra. Fue así con esta pobre mujer. Note, que el Maestro no extrajo ningún compromiso o promesa de parte de ella. Él no le pidió que ingresara en alguna sinagoga; todo lo que Él dijo fue, "tus pecados te son
perdonados". Ella encontró gracia. Así fue con la mujer Sirofenicia. Cristo no requirió ningún compromiso de parte de ella; Él la encontró en gracia, y la bendijo de acuerdo con el deseo de su alma. ¿Sabe usted qué fue lo que emocionó al corazón del padre del pródigo? Fue el espíritu quebrantado y contrito de su hijo volviendo. ¿No haría la misma cosa conmover el corazón de cualquier padre aquí? Suponga que
usted tuviera un hijo que se descarrió: el muchacho viene a casa; y cuando usted lo encuentra él empieza a confesar su pecado. ¿No lo recibiría usted de corazón y lo perdonaría? Nada en todo el mundo haría usted más prontamente que perdonarlo. Así, si nosotros venimos a Dios con este espíritu contrito, Él tratará en gracia con nosotros y nos recibirá gratuitamente. Cuando Saulo dejó Jerusalén, no había nada que él deseara menos que recibir la gracia de Dios. Sin embargo en el momento que él dijo, "Señor, ¿qué quieres que yo haga?" la gracia
perdonadora del Maestro brotó hacia él. ¡Se nos dice en Mateo y Marcos que el ladrón en la cruz, el que se convirtió, vituperó al Salvador al principio igual que el otro; pero al rato su corazón fue quebrantado y dijo",
¡Señor, acuérdate de mí!" en ese mismo momento Cristo oyó y contestó su oración. Dios está esperando cubrir todos sus pecados hoy; Él tiene un largo y fuerte brazo que puede alcanzar hasta abajo a las profundidades más oscuras, más viles, más profundas del pecado. Él lo alzará sobre una roca, y pondrá una canción nueva en su boca. ¿Le permitirá usted hacerlo? Un hombre estaba diciéndome hace algún tiempo que él había orado durante más de diez años que Dios tuviera misericordia de él.

"¿Dios no ha contestado su oración?" "No". "¡Vaya! Permítame hacerle una pregunta: suponga que yo le ofrezca esta Biblia como un regalo, y usted viniera después a pedírmela; ¿qué pensaría yo sobre usted?" "No sé lo que usted pensaría". "Bien, ¿pero qué supone usted que yo pensaría?" "Usted pensaría quizás que yo andaba un poco mal de mi cabeza".
"¿Qué sentido tiene estar requiriéndole a Dios que trate en gracia con usted, si usted no está gustoso en recibirla; o si usted no cree que Él se la da?" Cuando yo estuve hace algunos años en la costa del Pacífico, viví en lo de un amigo que tenía un jardín grande,
con una gran cantidad de árboles de naranja. Él me dijo: "Siéntete perfectamente como en tu casa; si ves algo que quieres sólo tómalo". Cuando yo quise algunas naranjas, no entré en el jardín y oré a las naranjas para que las naranjas cayeran en mi boca; yo sólo estiré mi mano y tomé todas las que yo requería. Así es con nosotros.
¿Por qué debemos seguir pidiendo y suplicando a Dios para que tenga misericordia de nosotros, cuando Él ya ha dado a Su Hijo, y Su Espíritu Santo? Lo que necesitamos es tener un corazón quebrantado y contrito, y estar deseosos de recibirle a Él. El problema con nosotros es que hemos cerrado con llave las puertas de nuestros corazones contra Él.
Hay una historia que el Dr. Arnot acostumbraba contar acerca de una pobre mujer que estaba muy angustiada porque no podía pagar la renta al dueño. El Doctor puso algún dinero en el bolsillo y fue hacia su casa con el fin de ayudarla. Cuando llegó allí golpeó la puerta. Él pensó que oyó algún movimiento dentro; pero nadie vino a abrir la puerta. Él golpeó más fuerte y más fuerte todavía; pero a pesar de eso nadie vino. Finalmente él dio puntapiés a la puerta provocando que algunos de los vecinos se asomaran afuera para ver que estaba pasando. Pero no pudo conseguir que nadie le abriera, y por fin él se fue pensando que sus oídos le debían haber engañado, y que no había realmente nadie allí. Un día o dos más tarde él encontró a la mujer en la calle, y le dijo lo que había pasado. Ella alzó sus manos y exclamó, "¿Era usted? ¡Yo estuve en la casa todo el tiempo; pero pensé que era el propietario, y tenía la puerta cerrada con llave!" Muchas personas están manteniendo la puerta de su corazón cerrada con llave para el Salvador de exactamente
la misma manera. Ellos dicen: "tengo miedo de que tenga que entregar mucho". Eso es semejante a un mendigo que esta reacio a dejar sus harapos para conseguir un traje nuevo de buena ropa. Yo tengo lástima de esas personas que están todo el tiempo mirando para ver lo que ellos tendrán que entregar. Dios quiere dar Su gracia maravillosa sobre Su pueblo; y no hay un alma que haya creído en Jesús para la cual Dios no tenga abundancia de gracia en reserva. ¿Qué diría Usted de un hombre agonizando de sed en la orilla de un hermoso río, con la
corriente fluyendo delante de sus pies? ¡Usted pensaría que él está loco! El río de la gracia de Dios fluye sin cesar; ¿por qué no habríamos de beber de él, y seguir nuestro camino regocijándonos? ¿Ustedes Dicen que son pecadores? Es justo a los tales que la gracia de Dios es dada. Había un marinero cuya madre había estado orando mucho tiempo por él. Yo creo que las oraciones de las madres son siempre contestadas algún día. Una noche el recuerdo de su madre convenció a este hombre; él pensó en los días de su niñez, y tomó una determinación, él intentaría y llevaría una vida diferente. Cuando llegó a Nueva York pensó
en unirse a los Odd-fellows [una logia secreta de estilo masónico]; él imaginó que sería una buena manera de empezar. ¡Qué miserable yerro cometen los hombres cuando se ponen a tratar de salvarse a sí mismos! Este hombre solicitó el ingreso a una logia de Odd-fellows; pero el comité encontró que él era un hombre bebedor, y así ellos le rechazaron. Entonces él pensó que probaría con los masones; ellos descubrieron que clase de hombre era él, y también le rechazaron. Un día él estaba caminando por la Calle Fulton, cuando recibió una invitación para venir a la reunión diaria de oración que se realizaba allí. Él entró, y oyó hablar del Salvador; él recibió a Cristo en su corazón, y encontró la paz y el poder que buscaba. Algunos días después se puso de pie en la reunión y contó la historia de como los Odd-fellows le habían rechazado; como los masones le habían rechazado; y como él vino al Señor Jesucristo quien no le rechazó, sino que lo recibió inmediatamente. Eso es lo que Cristo hará a cada pobre pecador penitente. "Este hombre recibe a los pecadores" (Lucas 15:2). Venga a Él este día, y Él lo recibirá: Su maravillosa y soberana gracia cubrirá y quitará todos sus pecados.
Yo me alegro tanto de que tenemos un Salvador que puede salvar hasta lo sumo. Él puede salvar al borrachín, al hombre que durante años ha sido el esclavo de sus pasiones. Yo estuve hablando no hace mucho tiempo con un amigo, quien dijo que si un hombre tuviera un padre y una madre borrachos, él heredaría el gusto por la bebida, y que no había mucha posibilidad de salvarle. Yo quiero decir que hay una gran oportunidad para tales hombres, si ellos imploran a Jesucristo para que los salve. Él puede destruir el mismísimo deseo por la bebida.
Él vino a destruir las obras del diablo; y si este apetito por la ginebra y el whisky no es la obra del diablo, yo quiero saber cual es. Yo no conozco de ningún medio más terrible que tenga el diablo que este licor intoxicante.
Un inglés fue de Inglaterra a Chicago, y se volvió uno de los mayores borrachos en esa ciudad. Su padre y su madre fueron borrachos antes que él. Él dijo que cuando tenía cuatro años, su padre lo llevó a una cantina, y puso el licor en sus labios. Así él adquirió un gusto por éste; y por varios años fue un borrachín crónico. Él se volvió eso que en América llamamos un "vago". Él dormía delante de las puertas. Una noche, en la orilla de un lago, despertó de su sueño, y empezó a pedirle a Dios que lo salvara. Allí, a la hora de la media noche, este pobre, miserable, objeto abandonado obtuvo la victoria sobre su pecado. La última vez que lo encontré él había sido nueve años y medio un hombre sobrio. Desde esa memorable hora de la media noche, él dijo, nunca había
tenido ningún deseo de tocar o gustar la bebida alcohólica. Dios lo había guardado todos esos años. Yo estoy tan agradecido de que tenemos un Evangelio que podemos llevar a la casa del borrachín, y decirle que Cristo lo salvará. Ésa es realmente la cosa que Él vino a hacer.
Bunyan representa el poder de la gracia, como evidenciada en su primer oferta a los pecadores de Jerusalén, los asesinos de Cristo, así: "Arrepentíos, y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y cada uno de ustedes recibirá el don del Espíritu Santo" (Hechos 2: 38).
"Pero yo fui uno de aquellos que complotaron para quitarle Su vida. ¿Puedo yo ser salvado por Él?"

"CADA UNO DE USTEDES".

"Pero yo fui uno de aquellos que presentaron falso testimonio contra Él. ¿Hay gracia para mí?" "PARA CADA UNO DE USTEDES".
"Pero yo fui uno de aquellos que gritaron, ¡Crucifícale! ¡Crucifícale! y que deseó que Barrabás, el asesino, viviese, en lugar de Él. ¿Qué será de mí, piensa usted?"
"Yo estoy para predicar el arrepentimiento y remisión de pecados a CADA UNO DE USTEDES". "Pero yo era uno de aquellos que le escupieron en Su cara cuando Él estaba de pie ante Sus acusadores; yo
también era uno que se burló de Él cuando, en angustia, Él colgaba sangrando en el madero. ¿Hay lugar para mí?""PARA CADA UNO DE USTEDES". "Pero yo era uno de aquellos que, en Su necesidad, dijo, ¡Dadle hiel y vinagre para beber! ¿Por qué no habría de esperar lo mismo cuando el dolor y la angustia estén sobre mí?""Arrepiéntanse de sus maldades; y aquí hay remisión de pecados PARA CADA UNO DE USTEDES". "Pero yo me burlé de Él; lo ultrajé; lo odié; me regocijé en verlo burlado por otros. ¿Puede haber esperanza para mí?"
"La hay; PARA CADA UNO DE USTEDES". ¡Oh, que bendito "CADA UNO DE USTEDES" tenemos aquí! ¡Cuán deseoso estaba Pedro -y el Señor Jesús a través del ministerio de Pedro- para alcanzar a estos asesinos con la palabra del Evangelio, para que ellos pudieran ser monumentos de la gracia de Dios! Ahora bien, es un hecho solemne que cada que uno que recibe la oferta del Evangelio puede cerrar con llave y cerrojo la puerta de su corazón, y decir al Señor Jesucristo que se niega a dejarlo entrar.

¡Pero también es una verdad bendita que usted puede abrir esa puerta y puede decirle, "¡Bienvenido! ¡tres veces bienvenido, Hijo de Dios, a este corazón mío!" La pregunta es: ¿Le permitirá usted a Cristo entrar y salvarle? La cuestión no es si Él es capaz, sino: ¿Quiénes abrirán sus corazones, y permitirán al Salvador entrar?

"Hay un extraño en la puerta:
¡Déjalo entrar!
Él ha estado allí muchas veces ya:
¡Déjalo entrar!
Déjalo entrar, antes que Él se vaya;
Déjalo entrar, al Santo,
A Jesucristo, el Hijo del Padre:
¡Déjalo entrar!
Ábrele a Él tu corazón ahora:
¡Déjalo entrar!
Si tú esperas Él partirá:
¡Déjalo entrar!
Déjalo entrar, Él es tu Amigo; Él tu alma defenderá seguro; Él te guardará hasta el fin:
¡Déjalo entrar!
¿Oyes ahora Su amante voz ?
¡Déjalo entrar!
Ahora, oh ahora, haz que Él sea tu opción:
¡Déjalo entrar!
Él está de pie ante la puerta; Alegría en ti Él recreará, Y a Su nombre adorarás:
¡Déjalo entrar!
Ahora admite a la celestial Visita.
¡Déjalo entrar!
Él hará para ti una fiesta:
¡Déjalo entrar!
Él dirá tus pecados están perdonados,
Y cuando los lazos terrenales todos sean cortados,
Él te llevará a casa al cielo,
¡Déjalo entrar!"
Rev. F.B. Atchinson

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