Esperanza para los peores rebeldes

Predicaciones, enseñanzas, consejos y estudios para que tengas un vigoroso creciemiento espiritual

Un sermón predicado la noche del Domingo 14 de Febrero, 1886

Por Charles Haddon Spurgeon

En el Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres.

"Convertíos, hijos rebeldes, y sanaré vuestras rebeliones. He aquí nosotros venimos a ti, porque tú eres Jehová, nuestro Dios. Ciertamente vanidad son los collados, y el bullicio sobre los montes; ciertamente en Jehová nuestro Dios está la salvación de Israel." Jeremías 3:22-23.

El pecado, con toda certeza, es causa de amargura; y entre más se demore en venir esta amargura, más pesada será cuando llegue. Puede ser que este barco se demore largo tiempo en alta mar, pero al final llegará a su destino con un terrible cargamento. Nunca ha existido una persona que haya quebrantado la ley de Dios, que al fin no lo haya tenido que lamentar. "El que hiciere hoyo caerá en él; y el que aportillare vallado, le morderá la serpiente," es uno de los proverbios de Salomón, y es verdaderamente cierto. Cuántas personas hay en este mundo que tienen sobre ellas una carga de amargura que es clara y evidentemente el resultado de su propia insensatez e iniquidad. Su pecado les aportó esa carga.

Hay también una amargura piadosa que viene después que el pecado ha sido cometido, y que no es solamente ocasionada por el pecado, sino por el amor de Dios, y por la acción del Espíritu de Dios en el corazón. Cuando Dios quiere salvar a un hombre, usualmente empieza por hacerle sentir aflicción por causa de sus perversos caminos. Es la aguda aguja de acero de la ley que atraviesa el corazón convicto, pero después de ella saca el hilo de seda del consuelo y de la salvación. El método de Dios es hacer que los hombres vivan de nuevo sólo hasta que hayan muerto realmente; quiero decir que, espiritualmente, primero deben ser muertos por la ley antes de que reciban la vida por el Evangelio. No es el método de Dios sanar el corazón que no está herido, ni suministrar ropas a quienes ya están vestidos. Nuestro corazón debe ser quebrantado, y nosotros mismos debemos ser desnudados, antes que el bálsamo sanador pueda ser aplicado, y el manto de justicia pueda ser puesto sobre nosotros.

Yo sé que lo que digo sobre este tema será tenido en poca estima por quienes no han reconocido la maldad del pecado. Es únicamente a quienes han sentido la flechas de la justa ira del Señor enconándose en su espíritu, que el mensaje del Evangelio vendrá con algún tipo de dulzura. Si alguno de mis lectores está sufriendo grandemente bajo el peso del pecado (como yo lo estuve una vez), si alguno de mis lectores está aplastado contra el suelo como yo lo estuve una vez, se gozará de oír la invitación de misericordia de Dios y de conocer la manera por la cual puede ser aceptada.

El otro día leí en el periódico una historia que ciertamente me sorprendió; e indudablemente es un ejemplo de una admirable paciencia y de tolerancia por parte de una mujer llena de amor. No creo haber escuchado o leído algo parecido en toda mi vida, y pienso que una acción como la suya no ha sido superada nunca. El infeliz de quien hablo debe haber sido el hombre más vil que ha existido y que ha muerto sin haber sido colgado en la horca, y la mujer debe haber sido una de las mujeres más maravillosas que se han visto jamás sobre la faz de la tierra. De acuerdo al relato que leí, el hombre no había estado casado mucho tiempo, pero no prosperaba en su profesión, y sintiendo que tenía talento y habilidad, vino a Londres con el permiso y el consentimiento de su esposa, para poder abrirse paso en el mundo. Logró hacerlo, y posteriormente se convirtió en un pintor de retratos de considerable eminencia, de tal manera que obtuvo la aceptación de la alta sociedad, y vivió de las grosuras de la tierra. Él le había dicho a su esposa, en una ocasión que le había escrito, que si ella venía sería una carga para él, así que nunca mandó por ella para que viniese a Londres; además, él nunca se comunicó con ella excepto en esa única ocasión mencionada, y nunca le envió dinero, ni siquiera un centavo. Ese estado de cosas duró cuarenta años, y la esposa permaneció siéndole leal y fiel a pesar del dolor abrumador causado por su cruel conducta. Con el paso del tiempo, el hombre dilapidó todo su dinero, y quedó reducido a la condición de un mendigo; además de eso, estaba lleno de enfermedades, y sin embargo fue lo suficientemente vil para arrastrarse a la puerta de la mujer a la que había abandonado todos esos años, y por extraño que parezca, ella le abrió la puerta con deleite, y le dio la bienvenida de regreso a su corazón. Lo puso en su alcoba, y lo cuidó y lo atendió con el mayor cuidado, y gastó su vida sentada junto a su lecho hasta que él murió. ¿Acaso no fue espléndido de su parte? ¡Qué monumento no debería levantarse a una mujer tan llena de amor como ella!

Pero yo simplemente les cuento esta historia para decir que el perdón que esta mujer le otorgó a su indigno marido no es sino un pálido reflejo del grandioso amor de Dios hacia los impíos. Él los alimenta y suple todas sus necesidades; ellos dependen de Él todo el tiempo, y no podrían vivir ni un solo instante sin Su permiso; sin embargo, algunas personas que yo conozco nunca se han comunicado con su Dios en cuarenta años. ¿Cuarenta años dije? Cincuenta, sesenta, o tal vez más años durante los cuales han vivido como si no hubiera un Dios; y peor aún, tal vez han usado Su nombre únicamente con el propósito de blasfemar. Se han burlado de las cosas santas, ellos han provocado al Señor a celos; y sin embargo, aún ahora que están decrépitos y viejos, si no están únicamente enfermos sino también arrepentidos, si están quebrantados y desesperados, si simplemente vienen arrastrándose a la puerta de Dios, Él les dirá: "Entren y sean bienvenidos."

Él nunca ha rehusado hasta ahora recibir un alma que haya venido a Él por Jesucristo Su Hijo; y Jesucristo mismo ha dicho: "Al que a mí viene, no le echo fuera." ¡Oh!, cuántos viejos pecadores han venido a Cristo incluso a los ochenta años de edad, y Él nunca ha dicho una palabra acerca de esos ochenta años de perversidad; más bien Él les ha dicho a cada uno de ellos: "Entra; yo morí por ti; entra, eres bienvenido." Se han cometido muchos, muchos pecados, y de los más graves, y sin embargo, quienes los han cometido han sido perdonados gratuitamente.

¿Qué le dijo el Señor Jesús a Saulo de Tarso? "Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón." Sin embargo, habiéndole preguntado: "¿Por qué me persigues?" no tuvo nada más que decirle como reprensión o reprimenda, sino que borró su pecado, y más que eso, lo consideró digno y le dio un ministerio, de tal forma que este mismo hombre pudo decir más tarde: "A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo."

Yo confío con todo mi corazón que la infinita misericordia y la paciencia de Dios puedan ser comprobadas por algunos que me están leyendo el día de hoy y que nunca se han acercado a Dios. Oren, amados amigos cristianos, para que así sea. Al tratar este tema, voy a resaltar dos cosas contenidas en mi texto. La primera es: el llamado de Dios: "Convertíos, hijos rebeldes, y sanaré vuestras rebeliones." La segunda es, el método de obedecer el llamamiento. Esto se expone en las palabras: "He aquí nosotros venimos a ti, porque tú eres Jehová nuestro Dios. Ciertamente vanidad son los collados, y el bullicio sobre los montes; ciertamente en Jehová nuestro Dios está la salvación de Israel."

I. Entonces, para comenzar, aquí está EL LLAMADO DE DIOS: "Convertíos, hijos rebeldes, y sanaré vuestras rebeliones."

Puedes observar que es un llamado para volver a Dios; y eso quiere decir, en primer lugar, acordarse de Él; comenzar a pensar en Él; dejar que sea un Dios viviente para ti. Vuelve a Él en tus pensamientos. El Señor Jehová es el factor más grandioso del universo; Él obra todas las cosas. Él es la gran unidad sin la cual todos los demás componentes serían cero. Él te hizo; tú eres dependiente de Él día tras día; antes de mucho tiempo, tu espíritu debe regresar al Dios que te lo dio; y tendrás que comparecer ante Su trono de juicio. Cómo, de todas las cosas que existen, ¿olvidarás a la principal de todas ellas, al gran YO SOY? ¿Dices que no hay Dios? ¡Ah!, entonces no tengo nada que ver contigo; tu conducta al olvidarlo a Él puede ser muy consistente con esa declaración, aunque estoy seguro que sabes que no es cierto.

Pero si hay un Dios, y crees que Él es, comienza a pensar en Él en la proporción debida. Quiero decir que como Él es el más grandioso de todos los seres, dale a Él tus pensamientos más grandes y más elevados; y como Él es digno de ser reverenciado a lo sumo, dale a Él tu consideración más reverente y cuidadosa. Pienso que no te estoy pidiendo demasiado. Ciertamente si estás arrepentido de tu pecado, y deseas que el Señor te perdone, lo primero que debes hacer es obedecer ese antiguo mandamiento: "Vuelve ahora en amistad con él, y tendrás paz; y por ello te vendrá bien." Yo sé que el recuerdo de tu pecado a veces te turba; y así debe ser, y te hará bien sentirte dolido si eso te conduce a volver al Señor contra quien has pecado.

Si has ofendido a alguien, ve y confiesa tu ofensa, y rectifica lo hecho. Tal vez dices que esa persona no te cae bien, y no tienes ganas de verla. Por supuesto que no tienes ganas; pero eso solamente demuestra cuán correcto sería que lo hicieras. Esa antipatía tuya ha brotado de dos cosas: primero, haber sido tú el que ofendió, y en segundo lugar, no conocer al que ofendiste. Ahora, si esas dos cosas son reconocidas y confesadas y remediadas, pronto descubrirás que pensar en Dios es lo más deleitable del mundo. Regocijarte en Él y en toda Su obra será tu deleite por encima de todas las cosas. Entonces empieza a pensar en Dios, porque esto es lo que Él quiere decir cuando ordena: "Convertíos, hijos rebeldes."

Lo siguiente es volverte a Él de verdad. Yo sé que debe haberte impactado el ejemplo que usé en este capítulo; pero no puedo evitar ese sentimiento de vergüenza. Como Dios usó este símbolo, es lo suficientemente bueno para mí, y estoy seguro que hay un significado instructivo en él. Tengo que volver otra vez al ejemplo. Vamos a suponer (y, ay, así de malo como es el caso, no necesitamos ir tan lejos para encontrar algo que se le parezca), que una mujer ha ofendido severamente el honor de su esposo, se ha ido lejos y lo ha abandonado, y se ha sumido en todo tipo de pecados y de vicios. Bueno, ahora supongamos que le llegaran estas palabras: "Regresa. Él lo sabe todo; Él se da cuenta de todo lo que eso significa; se ha dolido de todo ello, pero sin embargo te dice: Regresa." Ella responde: "Lo he gastado todo. Estoy vestida de harapos. El lugar donde vivo es miserable. Los que una vez me adularon y vivieron conmigo en pecado, me han abandonado. Soy una pobre mujer desgraciada, que es rechazada hasta por los reformatorios." Entonces el esposo le escribe diciéndole: "Regresa. Vuelve a mí, y todo te será perdonado, independientemente de lo que sea." ¿Acaso no te imaginas verla que inicia su regreso hacia él? Si algo quedara en ella que fuera digno de salvar, se apresuraría a aceptar la invitación; sin embargo ella es muy tímida, y sumamente temerosa. ¡Oh, cómo está cubierto su triste rostro con los rubores de la vergüenza! ¡Cómo se derraman las lágrimas sobre sus arrugadas mejillas! Algunas veces difícilmente puede creer que un amor tan maravilloso pueda ser manifestado hacia una mujer sin ningún merecimiento como ella. Tal vez ella está turbada, y con toda razón, al pensar que ningún hombre haría una cosa como la que su esposo parece estar haciendo, y que no sería correcto que lo hiciera. Por tanto, ella se detiene un momento y considera el asunto; sin embargo todo es cierto. Su esposo es uno en un millón y tal vez no haya otro tan lleno de amor y de perdón como él. "Regresa," le dice; "solamente confiesa tu transgresión, y regresa a mí tal como estás." Me parece que ella sería ciertamente una mujer miserable si no sintiera que debería dedicar todo el resto de su vida a servir y amar a un marido tan indulgente como el suyo.

Ahora, así es precisamente como el Señor ofrece tratar contigo. Él dice: "Regresa. No diré nada acerca del pasado. 'Yo deshice como una nube tus rebeliones, y como niebla tus pecados, vuélvete a mí, porque yo te redimí.' He perdonado tus iniquidades, las puse todas sobre mi amado Hijo. Él murió por ti, Su sangre preciosa ha quitado toda tu culpa. Vuelve a Mí. Vuelve a Mí. 'Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia.' Vuelve a Mí. 'Jehová, el Dios de Israel, dice que él aborrece el repudio.' No te he repudiado a pesar de todo tu pecado y de toda tu iniquidad. Aquí está el mensaje de Mi amor y de Mi misericordia, 'Convertíos, hijos rebeldes,' porque yo soy vuestro esposo, dice Jehová su Dios."

Ahora bien, de la misma manera que esa sorprendente persona lo haría, regresa a tu Dios de inmediato, pobre pecador sin rumbo, confesando todas tus maldades, admirándote que haya todavía misericordia disponible para ti, confiando en que lo que dice el Señor es verdaderamente cierto porque Él lo dice, y a partir de este momento resuelve vivir y morir a Sus pies amados, como Su siervo y Su amado. Esta es la manera de volver a Dios, por tanto les suplico que regresen así a Él.

Hay una palabra en este llamado de Dios que demuestra que tú estás invitado a regresar tal como te encuentras. Él dice: "Convertíos, hijos rebeldes." Observa que no dice: "Convertíos, hijos penitentes." Él te ve en tus peores colores y sin embargo dice: "Convertíos, hijos rebeldes." También date cuenta que no dice: "Sana primero tus heridas y luego regresa a Mí;" sino que más bien dice: "Convertíos, hijos rebeldes," con todas sus rebeliones todavía sin sanar, "y sanaré vuestras rebeliones."

Muchos pecadores parecen suponer que deben hacerse mejores a sí mismos antes de venir a Cristo; es una suposición muy indigna y además totalmente infundada. Ven tal como estás, sin bondad, ni virtud y sin esperanza de obtenerlas; ven a Cristo para obtener todo. "Pero todos los que quieren ser salvos deben creer en Jesús y arrepentirse de sus pecados," dirá alguno. Exactamente así es, pero Cristo no quiere que tú empieces la obra de salvación para que luego Él la termine. Él nunca vino para hacer peso y agregar la última media onza a todo lo que tú has juntado. Ven a Él sin nada y Él llenará la balanza. Ven vacío, harapiento, sucio, tal como estás, y cree en Dios que justifica al impío.

Arrójate en los brazos de quien vino a llamar, no a los justos sino a los pecadores al arrepentimiento. Inclínate con humildad y penitencia ante Él que hace destellar los relámpagos del Sinaí frente al rostro de cada pecador poseedor de su justicia propia, pero que enciende los apacibles rayos reconfortantes del Calvario para conducir a cada pecador verdaderamente humillado y arrepentido al puerto paz y de amor eternos.

Así les he presentado el llamamiento de Dios: "Convertíos, hijos rebeldes, y sanaré vuestras rebeliones."

II. Ahora, en segundo lugar, quiero mostrarles EL MÉTODO DE OBEDECER ESTE LLAMAMIENTO.

Hay dos cosas en el texto que son especialmente dignas de atención. Primero, quien quiera volver a Dios y encontrar la salvación, claramente debe renunciar a toda otra confianza excepto a la que Dios mismo le da, y que pone delante de él en el Evangelio. Escuchen: "Ciertamente vanidad son los collados, y el bullicio sobre los montes." Judea era un país montañoso, y en cualquier lugar que se erguía la cumbre de una montaña o la cima de una colina, había un templo de ídolos; y dondequiera que hubiera un bosque de robles, seguramente había un santuario idólatra; siempre que la gente atravesaba los valles, se quedaba mirando a estos santuarios, de tal forma que su confianza descansaba en las colinas y en las varias montañas.

Ellos tenían dioses por todas partes, bloques de madera y piedra; de tal forma que el Señor les dijo: "Si voy a recibirlos otra vez, deben renunciar a toda esta idolatría." El significado espiritual de este pasaje es este: si vas a ser salvo por la gracia de Dios, debes renunciar solemnemente, formalmente y de todo corazón, a toda confianza en algo que no sea el Dios viviente y Su Hijo, Jesucristo.

Primero, debe haber una clara renuncia a toda justicia propia. Tú eres una persona muy excelente según tu propia estimación y piensas que actúas de manera correcta; ¿acaso has hecho algo que fuera malo alguna vez? ¡Ah!, amigo, no hay salvación para ti sobre esa base. Tu justicia propia debe ser equivalente a trapos sucios en tu propia consideración; debes reconocer tú mismo que estás manchado y arruinado, pues de lo contrario no hay esperanza para ti.

El hombre que se aferra a su propia justicia es semejante a un hombre que se agarra de una piedra de molino para evitar hundirse en la corriente. Tu justicia propia te condenará si confías en ella, tan ciertamente como lo harán tus pecados, pues es una falsa y orgullosa mentira, no hay ninguna verdad en ella, y no se debe depender de ella.

No existe ningún persona que viva que, por naturaleza, haga el bien y no peque y el alma que peca debe morir. Ninguno de nosotros posee una justicia que resista la prueba del ojo de Dios que todo lo escudriña, y en lo íntimo de nuestro corazón sabemos que así es. Por lo tanto, desechemos esa mentira de una vez por todas.

Cuando yo vine a Cristo, este asunto no me preocupaba pues yo no poseía ninguna justicia propia en la que pudiera confiar; y hay muchas pobres almas que se encuentran en una condición muy parecida a la que yo me encontraba. No quieren conservar dinero falsificado que una vez consideraron como grandes riquezas; ¡están ansiosos de librarse de él!

Sí, hermanos, y aun en este momento presente, no conozco nada que yo haya sido, o haya hecho, o haya pensado, o haya dicho, que yo alcanzara a remendar y convertir en una justicia sobre la cual pudiera colocar una mímina confianza. No tengo nada en qué confiar, excepto en la sangre y la justicia de Jesucristo, mi Señor y Salvador; y es más, no deseo tener, y nunca tendré ninguna otra base de confianza; y estoy seguro, amados hermanos, que ustedes deben edificar sobre el mismo cimiento, pues de lo contrario Cristo no los salvará nunca. Ustedes deben renunciar completamente a toda confianza basada en su justicia propia.

A lo otro que debes renunciar es a tu propia fuerza. Hay muchos jóvenes a quienes he conocido que se han entregado a la impureza y a la borrachera, y a quienes algunos buenos amigos han advertido para que vean el mal de su curso de acción, pero que han respondido: "Sí, lo veo, y voy a corregir todo; voy a volverme un abstemio, voy a abandonar a mis malas compañías, voy a alejarme del camino del mal y seré perfectamente bueno, sé que así será. Tengo gran fortaleza mental, y siempre podré controlarme." Discúlpame, querido amigo, pero me gustaría decirte de manera muy cortés y amable que eres un insensato. No tienes ninguna fuerza; y lo que es peor, aunque la tuvieras ciertamente estarías perdido, pues yo leo en lo que concierne a los que son salvos: "Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos;" de modo que aquellos por quienes murió no poseían ninguna fuerza. Créeme, querido amigo, que tú no tienes fuerzas.

¡Oh!, He visto a muchos jóvenes con espléndidos principios morales, que confían en sí mismos; ¿dónde fueron sus principios morales cuando los hermosos labios y el rostro sonriente de una mujer los indujeron al desenfreno, o cuando en alegre compañía bebieron copa tras copa de vino que llegaron a perturbar su equilibrio mental, llevándolos a decir cosas que nunca se imaginaron que pudieran salir de sus bocas?

El profeta Eliseo le dijo al pobre Hazael todas las atrocidades que cometería, y él preguntó: "¿Qué es tu siervo, este perro, para que haga tan grandes cosas?" No, él no era un perro; sino que era peor que un perro, pues era un diablo y sin embargo no lo sabía; y hay muchas personas que se ven hermosas en su exterior, que son como el árbol de John Bunyan, que era verde por fuera, pero internamente estaba tan podrido que sólo hubiera servido para alimentar la lumbre del diablo. Debes renunciar a tu propia fuerza; y no que tengas mucha fuerza, pero la poca que tengas, renuncia a ella completamente, renuncia a toda confianza en tu propia fortaleza así como en tu propia justicia.

Con eso también debe irse toda confianza en tu propio conocimiento y en tus habilidades, y aun en tu propio entendimiento. Sin embargo, ésta es la perdición y la ruina de muchas personas, pues saben tanto que, como el perezoso de Salomón, son más sabios en su propia vanidad que siete hombres que puedan proporcionar un argumento. Miren cómo tratan a la propia Biblia; cuando la abren, no es para poder oír lo que Dios dice en ella, sino más bien para comentarle a Dios lo que Él debió haber dicho. Cuando condescienden a escuchar el Evangelio, no es para conocer en qué consiste el Evangelio, sino para que puedan evaluar cómo lo predica el hombre. ¿Es un predicador elocuente? ¿Usa palabras hermosas? Eso es todo lo que a muchos les importa. ¡Señores! Aunque yo pudiera usar palabras grandilocuentes, yo desdeñaría hacer eso para no tener la posibilidad de arruinar sus almas.

Como el apóstol Pablo dijo, así digo yo: "No con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo." Si yo pudiera llevarlos al cielo usando las palabras más sencillas que puedan expresarse, yo preferiría hacerlo antes que dejar que alguno perezca en sus pecados debido a que yo estaba ansioso de desplegar sutilezas de lenguaje y bellezas de estilo.

Hay quienes son tan maravillosamente sabios que podrían disputar con el ángel Gabriel, o con el propio arcángel Miguel. Salomón, vamos, Salomón no lo sabía todo; pero estos hombres sí; de acuerdo a sus propias ideas, no solamente lo saben todo, ¡sino todavía un poco más que eso! Si alguna vez necesitáramos que alguien gobernara la nación, me propondría encontrar a cincuenta primeros ministros, pues tan sabios en su propia estima son tantos hombres, que debo añadir que son muy pequeños y muy insensatos cuando son pesados en la balanza del santuario, y en la infalible balanza que Dios sostiene en Su mano. Escuchen esto ustedes, grandes de la tierra: "Si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos." El que quiera ser un hijo de Dios debe volverse como un niño. Para ser salvos no sólo debemos:
"Arrojar al suelo nuestras 'obras' mortales
A los pies de Jesús,"

sino que también debemos:
"Arrojar nuestra razón jactanciosa al suelo,
A los pies de Jesús,"

Y pedir que Él pueda ser hecho por Dios, para nosotros: "sabiduría, justificación, santificacion, redención."

Ahora, amigos, ¿qué dicen ustedes a ésto? ¿Están dispuestos a entregar su propia mente a Dios, y creer simplemente lo que Él les dice en Su Palabra? ¿Están dispuestos a renunciar al gobierno propio? "Somos dueños de nosotros mismos," dice alguien, "podemos hacer lo que nos plazca. Nuestras lenguas son de nuestra propiedad, por tanto podemos decir lo que queramos. Pensamos y vivimos con libertad." Déjenme decirles que si ustedes son salvos por Cristo, entonces encontrarán la única libertad verdadera que podrán gozar jamás; pero primero debe haber un sometimiento completo de ustedes a su Dios. Responde ahora, ¿quién va a gobernar? ¿Será Su voluntad o tu voluntad? ¿Será a Su manera o a tu manera? Si va a ser a tu manera será tu ruina; pero si va a ser a la manera de Dios será tu salvación.

Cuando los romanos atacaban una ciudad, y el pueblo se rendía a ellos, usualmente redactaban una declaración que decía más o menos así: "Nosotros, ansiando misericordia de manos de los poderes de Roma, nos entregamos, entregamos nuestras casas, nuestros bienes, nuestros cuerpos, nuestras almas, todo lo que tenemos, y todo lo que somos, para ser tratados por el poder romano exactamente de acuerdo a su voluntad." Estaba escrita de tal manera que no había escapatoria, y no contenía ni estipulaciones ni condiciones; y luego, apenas era firmada, el conquistador romano, en la generosidad de su poder, decía: "Ustedes se han sometido a mí, ahora quedan libres."

Dios demanda exactamente ese tipo de sumisión. Si vas a ser perdonado, debes entregar tu cuerpo, tu alma, y tu espíritu, tus bienes, tu corazón, tu cerebro, todo, para que pertenezcan enteramente a Cristo de ahora en adelante y para siempre. Deseo que ese sometimiento se dé en todos ustedes. Si quieren ser salvos, esa sumisión debe pertenecerles; ¡oh, entonces háganlo de inmediato! ¿Van a conservar sus pecados para terminar en el infierno, o van a abandonar sus pecados para ir al cielo? ¿Quieren tener al pecado o al Salvador? ¿A cuál de los dos elegirán? ¡Oh, que el bendito Espíritu los guíe a la decisión correcta, y los conduzca a esa decisión de inmediato!

Finalmente, es evidente en el texto que también debe haber una aceptación sincera y total de Dios como nuestra única esperanza. Lean el pasaje nuevamente: "He aquí nosotros venimos a ti, porque tú eres Jehová nuestro Dios...ciertamente en Jehová nuestro Dios está la salvación de Israel."

No hay sino un solo Dios vivo y verdadero. Los hombres han hecho casi tantos dioses como hay arena en la costa del mar. Sin embargo, no hay sino un solo Dios, cuyo nombre es Jehová, el Creador de todas las cosas, en quien vivimos, y nos movemos y somos. ¿Aceptarás a este Dios para que sea tu Dios? ¿Dirás: "Este Dios es nuestro Dios eternamente para siempre: Él será nuestro guía hasta la muerte"? ¿Lo tomarás para que sea tuyo, y no lo considerarás simplemente como Dios de otras personas, sino que a partir de este momento es tu Dios, a quien amas, a quien abrazas, no comprendiéndolo simplemente con la mente, sino aferrándote a Él con amor?

¿Tomarás a Dios para que sea tu Dios, y sea Él ciertamente tuyo? Observa cómo dice el texto: "Ciertamente en Jehová nuestro Dios está la salvación de Israel." No podemos estar jugando con la aceptación de Dios como nuestra única esperanza, no podemos estar burlándonos de Dios con una pretendida entrega de nuestro ser a Él. Debe ser una verdadera aceptación de Dios para que sea nuestro Dios de ahora en adelante y para siempre.

Únicamente Dios debe ser aceptado como tuyo. No puede haber dos Dioses, ni dos Cristos. Ningún hombre puede servir a dos señores, ni tampoco ninguna mujer puede amar a dos novios. Si quieres ser salvo, debes entregarte en un acto deliberado, entregar todo tu ser a Cristo, y tomar Su salvación completa para que sea tuya.

Para ayudarte a hacerlo, permíteme recordarte que hay una bendita Trinidad en Unidad. Primero, está el siempre bendito Padre. ¿Qué dices? ¿Tendrás a este Padre como tu Padre? Tú has pecado contra Él, ¿ansías Su perdón por medio de Cristo? ¿Pedirás ser admitido en Su casa entrando por la puerta manchada por la sangre del sacrificio expiatorio de Su hijo? ¿Lo honrarás como tu Padre? Jóvenes, ¿no clamará cada uno de ustedes a partir de ahora: "Padre mío, guiador de mi juventud"?

La siguiente bendita y adorable Persona de la Trinidad Unida es el Hijo de Dios. ¿Querrás tener a este Hijo de Dios como tu Salvador? Él murió para que los pecadores puedan vivir; ¿Quieres que Su muerte sea tu vida? Él derramó Su sangre para limpiar la culpa de toda mancha de pecado; ¿serás lavado en el torrente carmesí? ¿Será Cristo el Profeta para ti? ¿Te sentarás a Sus pies, y aprenderás de Él? ¿Será Cristo el Sacerdote para ti? ¿Confiarás en Él para que presente Su sacrificio por ti, y para que interceda por ti? Cristo es un Rey; ¿lo tendrás como Rey para que reine sobre ti? En conclusión, ¿lo aceptarás en todos Sus oficios y en todas Sus relaciones, en la majestad de Su gloriosa Deidad, y en la humillación de Su perfecta humanidad? ¿Tendrás a este Hombre como tuyo? Te hago la pregunta como aquel hombre en tiempos muy antiguos se la hizo a una muchacha que conoció junto al pozo: "¿Irás tú con este varón?" ¿Tendrás a Cristo, para tenerlo y conservarlo, en la dicha y en la adversidad, en la abundancia y en la escasez, de tal manera que la propia muerte no te podrá apartar de Él? Si es así, ténlo y sé bienvenido, pues Él está preparado para darse a Sí mismo a cada alma que quiera aceptarlo.

Hay una tercera Persona de esta bendita Unidad, y es el Espíritu Santo. ¿Estás dispuesto a permitir que el Espíritu Santo venga y more en ti? Él es quien debe regenerarte si vas a nacer de nuevo. Él es quien debe enseñarte; Él es quien debe santificarte; Él es quien debe iluminarte; Él es quien debe consolarte y guiarte. Sin Él no puedes hacer nada. El Espíritu Santo es la vida misma del cristiano. Lo que el Padre decretó y lo que el Hijo compró, el Espíritu Santo lo aplica; y sin ese Espíritu Santo, no hay nada para ti. ¿Vas a obedecer Sus consejos? ¿Te pondrás bajo Su supervisión? ¿Entregarás tu cuerpo para que sea Su templo?

Si haces todo esto, con la ayuda de Dios, entonces cree en el Señor Jesucristo y serás salvo. Su misma Palabra dice: "El que creyere y fuere bautizado, será salvo." Cree en Él con todo tu corazón; luego, deja que el cuerpo sea lavado con el agua pura del bautismo. El Señor Jesucristo te pide estas dos cosas; de nuevo te recuerdo que Él mismo fue el que dijo: "El que creyere y fuere bautizado, será salvo." No le pongas objeciones a ninguna de estas palabras del Evangelio. Ven en seguida y haz lo que te ordena, y entra en la vida, pues todo aquél que cree en Él tiene vida eterna; y luego de inmediato haz la confesión escritural de tu fe, como la hicieron los que oyeron al apóstol Pedro en el día de Pentecostés: "Los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas."

Ahora miren, señores, he terminado, pues no sé qué más pudiera añadir a lo que ya he expuesto. Si supiera qué más pudiera agregar, entonces lo haría, pero les diré qué pienso de todo este asunto. Si yo hubiera venido a este Tabernáculo el día de hoy, consciente de mi culpa y deseoso de ser salvado, siento que después de escuchar lo que se ha predicado esta noche, no podría salir de este lugar sin rechazar deliberadamente la invitación del Evangelio, si es que la rechazara. Ruego que ustedes no la rechacen, sino que la acepten, por Cristo nuestro Señor. Amén.

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